Se que a todo el mundo le gusta hacer suya una ciudad en ruinas.
Como Roma.
Una ciudad inundada.
Como Venecia.
Una ciudad desfasada.
Como Amsterdam.
O una romántica.
Como es París.
Yo en cambio me hago dueña de cualquier pueblo convertido en escombros,
del que ya nadie recuerda el nombre
y donde las moscas molestan a su antojo
a los fantasmas de yoquese que corazones rotos.
Donde abundan las astillas
que no puedo evitar clavarme,
y quito solo para afilarlas
y volvérmelas a disparar a discrección
contra el pecho,
con ganas de sentir dolor de verdad y no del tuyo.
Miedo
-escénico-
Y vuelvo a preguntarme por qué coño me planté delante de todo el mundo cuando se subió el telón,
por qué me dejé convercer.
Si se me ha olvidado el papel,
y no recuerdo si tenía que besarte apasionadamente,
o partirte la cara hasta dolerme las yema de los dedos
y el alma.
¿Aplausos?
Ni siquiera valoro el público.
Ya es hora de volver a casa,
pero sola esta vez.
Sin ojos mirándome andar,
o sonreír,
o simplemente mirándome hacer nada y ser un puto desastre.
Es muy de mi salir corriendo,
y debería ser muy de ti y por tu bien,
por consideración al daño que puedes causar,
-que puedo causar-
dejar que vaya a esconderme bajo mi colcha de fresas silvestres,
y aceptar que siempre acabo triturando la fruta
y a las personas...

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