El invierno ha llegado de repente entrando por la puerta pequeña.
Y se nos vuelven a helar las mejillas mientras esperamos a que el semáforo pase de sangre a verde esperanza.
Otros echan de menos.
Yo escribo.
Escribo para poder llegar a borrar mis huellas dactilares y que ya no puedas saber quien soy,
ni dónde encontrarme,
ni cómo perderme.
Todo el mundo sabe que no se debe abrir la caja de Pandora.
Y mientras,
la cama sigue deshecha,
la almohada en el suelo con recientes manchas de alquitrán que resbalan de unos ojos siempre sin desmaquillar, siempre sin curar
y acostumbrados a no ver(te) desde hace ya algún tiempo.
Y todo es un desastre,
pero a mi me gusta el caos,
y tener todo tal cual quedó en la última de mis memorias en la que estabas presente.
Ya no me autodestruyo
y eso está bien.
O a lo mejor es que no me queda nada que destrozar
y eso ya no sé si está tan bien.
Estoy como Pompeya, soy Pompeya.
En ruinas,
abandonada,
nadie quiere luchar,
ni plantar su bandera blanca
en alguna de mis calles.
Admirada desde lejos
provocando el terror a llenarse de polvo y ceniza de otra vida,
y quedar manchado de mi dolor para siempre.
El tiempo
si acaso,
es el único que me toca y se atreve a dejar marca.
Y me lleva consigo,
y me arrastrará consigo.
Y no habrá intenciones ni corazón que puedan jamás salvarme de esta.
Así que por si vuelve a llegar el verano,
y se te ocurre pensar en mi,
recuerda que los misterios desvelados
y los secretos mal guardados
acabaron conmigo
y con quien yo creía que podías llegar a ser.

Comentarios

Entradas populares