Se ha secado la lluvia del suelo de mi habitación y se ha fundido la bombilla de la lamparita naranja que hay sobre mi mesa. El despertador, cansado de la monotonía, ha decido no volver a sonar jamás a las 8:02 am y dejarme dormir indefinidamente. Quizá en el fondo sepa que lo necesito.
Se me han caído las ganas y he roto sin querer mis propios muros al verte sonreír en esa foto del salón, la que te saqué en nuestro bar favorito, subido a la barra totalmente borracho cantándome una versión desafinada de "Forever with you" de Nathan Daniels.
Noches así tenían la oscuridad más preciosa, el silencio más atrayente y farolas titilantes. Noches de esas borran el daño inexistente y acarician las cicatrices.
No te mereces que te eche de menos, pero lo hago. Y ahora que me he olvidado de como suena tu voz el agujero es más profundo, y a veces tengo la sensación de que sangra con cada memoria borrosa.
Pero esto no es dolor.
Esto no es nada.

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