He conocido mucha gente triste en mi vida. Yo misma en su día llegué a ser una de ellos.
Nos sentábamos en la plaza del barrio los días de lluvia y frío, hablábamos del dolor, nos dábamos los peores consejos y luego fumábamos.
En aquellos días aprendí que en este mundo existen malas costumbres, malos vicios y malas personas, pero que no hay nada peor para uno mismo que sí mismo. Me enseñaron que llorar ya no era suficiente para desahogarse, que a la ira no se la llevaban las lágrimas.
"Hay que perder el control de vez en cuando" decían, "hay que volverse loco para dejar de estarlo. Y entonces quizá, solo quizá, la próxima vez que sonrías sepas que significa."
Que de cosas saben los corazones rotos.

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