A nivel objetivo la ineficiencia describe perfectamente mis horas muertas.
Agente sentimental que no aporta ningún tipo de beneficio
(ni siquiera a sí mismo).
Con un precio establecido que nadie está dispuesto a pagar,
ni yo estoy dispuesta a cambiar.
Porque sí,
por chula,
porque Lilly la rebelde me lo prohíbe.
Ella toma el mando y regula mi mercado de autoestima,
nunca aceptando subvenciones o ayudas que la ofrecen con intención de regalarle los oídos y hacerse suyos.
Ingenuos.
Sabe mucho más de lo que cuenta,
y te planta un puto monopolio sin que te enteres,
como una caricia por la espalda cuando estás medio dormido,
y se hace con el control.
Ha recibido numerosas denuncias,
una vasta cantidad de insultos e
incontables lágrimas.
Pero continua despidiendo a todo aquel que se atreve a adentrarse en su cuerpo ejecutivo,
y no vuelve jamás a dejarles formar parte de la multinacional de su pecho.
"Respeta la jerarquía" me dice desde dentro.
"Tú eres lo primero.
Egocéntrica, indestructible."
Y a veces la creo.
Resurjo de mi economía sumergida,
dónde hago todo a escondidas,
y recupero mi yo más estricto.
Me sobra entonces la subjetividad,
pero continuo teniendo esos fallos de estructura.
Los de siempre, los que no se arreglan...
Hasta Lilly es capaz de admitirlo.
Y es que te diste de baja en el peor de los momentos,
y nadie ha vuelto a tener el valor suficiente para ocupar tu puesto.

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