Que se note en cada gota de palabra que digo lo que me contagias. Si se que el amor está ya demasiado metafóricamente comparado con una enfermedad, voy a buscarle un nuevo nombre sin apellido.
Un dedo meñique tuyo es amor,
ver como te concentras sobre el papel es amor,
una butaca es amor,
un trayecto es amor,
un masaje en el cuello es amor.
Y yo,
yo ni me lo merezco.
Soy por dentro la niña que tiene tanto miedo a ser sin más que se mata para morir,
y dejar de serlo. La que no se sabe conjugar el verbo olvidar, y la que no quiere dejar de sentirte cerca.
No sé como es inyectarse morfina y dejarse ir en silencio, pero tengo elegida la aguja que quiero clavarme una y otra vez sin importar el qué
o el cómo. Quiero ver las gotas de sangre más moradas y dolidas de mi, antes de desmayarme y volver a soñar contigo.
Hoy vuelvo a pelearme con todo aquel que cree saber quien eres y habla de ti, sin siquiera haberte mirado tan de cerca que estar bizca unos segundos sea inevitable.
Yo me he quedado ciega, y mis ojos en blanco se queman con el cigarro que se consume demasiado rápido y que tu querrías tirar por la ventana de un cuarto piso, para contaminar el mundo y no a mi.
Por eso te quiero.
Por escucharme cuando no quiero hablar y repetirme mil veces lo lento que dan vueltas las norias
y lo bonitas que son las vistas.
"Frena, que te matas" dices a la experta en choques frontales de sentimientos, con complejo de montaña rusa y de color de lluvia.
Me has descrito tantas veces en buenas versiones, que me aprendo a respetar cada día un poco más. Ya incluso no me quiero ahogar de rencor en vasos hasta arriba de hielo derretido,
ya incluso te lo puedo decir:
Eres el único placer maravilloso de la vida que no he tenido cojones a destrozar.

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